viernes, 17 de julio de 2009

Dos desconocidos en una ciudad insegura

Hace algunos años, cuando todavía no existía internet ni chats ni video chats, yo salía mucho a pasear por la ciudad y viabaja mucho en tren. Me encantaba. Si ustedes se toman cada viaje inevitable por la ciudad como una experiencia; si cuando van de la casa al trabajo, a la escuela o al cine en lugar de tomárselo como una pérdida de tiempo o como una incomodidad, si en cambio se relajan y se pegan un viaje con todas las letras y no sólo un trayecto o desplazamiento van a descubrir cosas increíbles...

En esos viajes, una vez me pegué un viajezote mirando a través de los hermosísimos ojos de una mujer, que parecía mirar por la ventana como ida... Era guapísima, joven y fresca... Pero sobre todo recuerdo sus ojos, aunque no podría jamás precisar su color, recuerdo cómo eran a la perfección pero no podría describir su color, sería un desatino. Con decirles que aún los busco en muchas miradas...

Ella estaba sentada junto a la ventada y yo en frente, también junto a la ventana; entonces la miraba y buscaba eso que ella observaba y de golpe encontré cosas que nunca había mirado, solo visto. De golpe cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el respaldo, estaba cansada, quizás. Perdido por perdido, recuerdo que en un arrebato de valentía de esas que a veces se tiene, busqué en mi mochila mi cuaderno y un lápiz y le escribí en un papelito:

Mientras viajaba a través de tu mirada fue muy feliz. Gracias por acompañarme en este viaje. Lástima que tuviste que cerrar esos ojos tan pero tan hermosos...
Te invito a seguir viajando, si querés.
Y le anoté mi número. Y le dejé el papelito por ahí.

No existía ninguna ignota posibilidad de que ella me llamara... Era absurdo. No sabía quién era yo, no me había registrado. Seguramente ni siquiera me había visto.

Pero me llamó.

Y yo no lo podía creer.

Por suerte atendí yo, en ese momento todavía vivía con mis padres, y creo que ningún integrante de mi familia ni siquiera ella misma hubieran sabido qué decir, qué contestar ni cómo.

Y salimos. Nos encontramos en una estación del tren que nos encontró.
Fue una hermosa noche de abril, cuando el otoño todavía nos deja disfrutar de unas noche no tan frías ni sofocantes. Caminamos muchísimo. Y hablamos. Y fuimos íntimos. Y esa noche, por primera vez en mi vida, visité un hotel de paso, de esos en donde uno busca ser un desconocido.
No voy a entrar en detalles, como siempre. Sólo les diré que a veces uno siente la afinidad y literalmente tocás el cielo con las manos y levitás.

A la mañana siguiente fuimos a tomarnos el tren de regreso. Ella se bajó en un par de estaciones antes que yo. Antes de irse me dejó su teléfono, nos besamos y la vi irse por el andén radiante. Realmente se veía más que hermosa. Fue mutuo, yo no me inventé nada, lo juro.

La llamé unas horas después con una ansiedad y una emoción que no me dejaban respirar. No podía creer que eso me estaba pasando a mi, que estaba teniendo tanta suerte, que el destino se había puesto de mi lado. Pero no me atendió ella. Me atendió su mamá y me dijo que si seguía molestando a su hija iba a llamar a la policía para que me rastrearan.

No entendí absolutamente nada. Mi película de golpe se había vuelto un thriller inverosímil y mal hecho. Ella me llamó al rato, a escondidas y me explicó que cuando llegó sus padres la estaban esperando muy preocupados, que ella se había equivocado porque yo no te conozco, no sé quién sos, no sé si sos un ladrón, un violador o un asesino, no sé dónde vivís, no conozco a tu familia... Sí, yo sólo era un pibe que conoció en el tren, y la inseguridad y la calle está pesada y mi corazón roto y la mar en coche...

Yo nunca había sentido miedo al salir a la calle. Jamás. Ahora a veces sufro ataques de pánico.

La seguí buscando en el tren, pero no la vi más. Mi conjetura es que sus padres se asutaron tanto que le comparron un auto, y hasta quizás le contrataron un guardaespaldas. O qué sé yo...

Y yo que me imaginaba contándole esa historia a mis nietos, de cómo conocí a su abuela...
Por ahora no tengo hijos ni tengo planes de tenerlos. Sólo me resta contarles esta historia a ustedes e invitarlos a no dejarse llevar por "la inseguridad"... Que todavía podés encontrarte el amor a la vuelta de la esquina. Todavía. Dalo por hecho.

Me pongo muy triste cuando recuerdo cómo era cuando yo vivía en la ciudad, no sólo la habitaba... Cuando caminaba de noche sin miedo, cuando me hacía amigos de una noche, cuando cantaba solo y borracho por la calle... Cuando no existía la inseguridad sino las ganas de vivir una aventura...

Y no quiero que todo esto sea nada más un recuerdo.
Salgamos a la calle ahora.

martes, 14 de julio de 2009

Atrapados sin salida

Ya no me reía de las mismas estupideces de siempre. Ya no quería verme lindo ni decía tonterías insufribles para llamar su atención. Ya me daba fiaca pensar en cómo hacerla feliz. Ya me cansaba. Ya estaba pensando en cómo hacer para dormirme más temprano, calculaba las horas de sueño, hacía cuentas absurdas que incluían siestas en colectivos y demás recursos obsoletos... Ya no le hacía regalos, ya sabía qué me iba a contestar siempre, ya nos habíamos vuelto predecibles y aburridos... Ya buscaba la manera de estar solo, aunque sea en una noche de insomnio... Ya no soñaba con viajes exóticos ni trabajos incoherentes en lugares paradisíacos... Ya era hora de asumir que así no iba, que no éramos felices, que estábamos atrapados sin salida.

Mejor dicho: La salida era exit, finito, the end, el fin, caput... Y para eso todavía no estábamos listos.